Comunicación estructural


EL PRESENTE DE LOS APOCALÍPTICOS

Antonio Javier Martín Ávila / Granada

Aprovechando que el filósofo, crítico y escritor italiano Umberto Eco ha pasado recientemente por la Facultad de Comunicación de Sevilla para ser nombrado Doctor Honoris Causa, vamos a hacer un pequeño repaso a una de sus grandes obras: Apocalípticos e integrados. Concretamente a la parte en la que Eco reúne diferentes críticas realizadas a la cultura de masas y a la concentración de medios. El objetivo de tal repaso es conocer si se han producido grandes cambios desde la publicación de la obra en la década de los 60, y su trascendencia en España.

El primero de los grandes achaques que se presentan en el apartado tiene que ver con el carácter heterogéneo del público al que las industrias comunicativas dirigen sus productos, y la poca originalidad de los mismos. Ello deriva en un resultado homogéneo, que para los apocalípticos “destruye las características culturales propias de cada grupo étnico”. Sin duda alguna, esta reflexión se relaciona íntimamente con el proceso de Globalización y su rápida capacidad para expandir productos a través de una estructura formada por grandes empresas estratégicamente situadas.

Un buen ejemplo es el fenómeno Gran Hermano, programa reality show que nació y se emitió por primera vez en Holanda en 1999 de la mano de la productora Endemol. Su éxito ha radicado en ofrecer un producto fortalecido por una gran campaña publicitaria, que no ofrece grandes complicaciones intelectuales para comprenderlo, y que no ha sufrido grandes variaciones en el tiempo, es decir, un producto 100% homogéneo, tal y como clamaban los críticos.

Endemol es propiedad de Goldman Sach –uno de los grupos de inversión más grandes del mundo que asesora a gobiernos, conglomerados empresariales y familias con un alto nivel de riqueza–; de Jonh de Mol –empresario y multimillonario holandés que tuvo la idea original del programa–; y de Mediaset –brazo mediático del holding empresarial italiano Fininvest, que es propiedad de Silvio Berlusconi–. Anteriormente, Endemol también fue participada por Telefónica, que vendió sus acciones a Mediaset en 2007.

La compañía del presidente italiano es la dueña mayoritaria de Telecinco. No es de extrañar, por tanto, que la cadena haya emitido el reality durante 11 años. Su emisión durante este periodo ha dado lugar a que otras productoras, respaldadas por los mismos entes empresariales con otra denominación, intentaran copiar el producto para explotarlo en las demás cadenas nacionales. De esta forma, desarrollan un cambio de los aspectos más “luminosos” del producto; aquellos exteriores que nos atraen como a los peces, aunque, el interior, continúe siendo igual de homogéneo y oscuro con el paso del tiempo.

La capacidad de Endemol para colocar sus creaciones en las televisiones de todo el mundo es indiscutible con un apoyo económico de tal envergadura. Los productos globalizados que lanza son tan válidos en España como en cualquier país del Este. Son tan útiles por la simpleza de contenidos que arrastran, incapaces de crear un conflicto con el espectador de la sociedad a la que se vende.

Otro de las afirmaciones realizadas por los autores a los que Umberto Eco denominó apocalípticos, hace referencia a la forma en la que los medios de comunicación y entretenimiento provocan emociones. Para ellos, “en lugar de simbolizar una emoción, de representarla, la provocan; en lugar de sugerirla, la dan ya confeccionada”. Esto significa una mayor potenciación de la imagen y el sonido como estímulos sensoriales a los que los consumidores deben responder. Pongamos como ejemplo a la industria del cine y su apuesta, en muchos casos, por la realización de filmes absolutamente plagados de efectos especiales  que no manejan ningún tipo de concepto mental. Abrir los ojos y envolverse entre el sonido es suficiente para abstraerse de todo razonamiento. Una acción peligrosa si se toma por habitual.

Veamos de forma más concreta la película Transformer, basada en los ya clásicos juguetes de la multinacional Hasbro. Su contenido puede resumirse bastante bien en la crítica realizada por Jordi Costa para El País, donde se afirmaba que era «una virtuosa filigrana hecha de ruido y furia, donde el apabullante sentido del espectáculo logra sublimar una historia descaradamente chorra.».  Décadas después de que los apocalípticos avisaran sobre esta tendencia, el cine norteamericano, fuente de todos los demás, la ha consolidado. Transformers fue producida por Universal Studios, que pertenece a NBC-Universal. Este último es el cuarto mayor grupo de comunicación y entretenimiento del mundo tras Disney, News Corporation y Time Warner. A su vez, tras los movimientos realizados en los últimos meses, NBC-Universal es propiedad de General Electric –una de las compañías más influyentes del mundo, capaz de presionar en su día al gobierno de G. Bush para invadir Irak y potenciar así las industrias armamentísticas que también posee–; y de Comcast –un gigante de los servicios por cable en EEUU–. Con tal respaldo, películas “hechas de ruido y furia” inundan las carteleras de medio «globo» restando espacio a las producciones más locales, que no pueden competir ante tal demostración de poderío distribuidor y publicitario.

También en Transformers puede observarse otra de las características a analizar: “la imposición de símbolos y mitos de fácil universalidad, creando tipos reconocibles de inmediato” a través del nacimiento de una nueva mega estrella, Megan Fox. Pero este aspecto será tratado más adelante.

Antonio Javier Martín Ávila es periodista y creador de Comunicación estructural.


CRÍTICAS SUBJETIVAS

Samuel García Sánchez / Badajoz

Hace poco se ha estrenado la excepcional película Invictus, de Clint Eastwood. El señor Eastwood es uno de los pocos casos en Hollywood en los cuales el director puede gozar de lo que llaman “total libertad creativa”. Tras muchos años de éxitos críticos y económicos, se ha ganado el derecho a hacer lo que le dé la gana, a lo que ayuda enormemente que sea él mismo quien se produzca sus películas a través de su compañía Malpaso y que comparta los derechos de explotación con una major como Warner.

Lo que ya tanta gente no sabe es que cualquier película que haga el señor Eastwood ya será calificada como una gran película (y eso que la mayoría lo son) por una gran cantidad de medios en el mundo. No sólo eso, sino que desde los 90 hasta hoy, las películas de Clint Eastwood han tenido una gran presencia en las galas de los Oscar, debido a que mucho de los académicos no sólo simpatizan con el actor y director protagonista de Harry el sucio sino que pertenecen a medios relacionados con el conglomerado Time Warner (en el 2009 se separó de su división en Internet AOL).

Time Warner tiene numerosos medios como los canales de televisión CNN, HBO, CW, TNT, Cartoon Network… En todos ellos hay un espacio dedicado a los estrenos semanales y reportajes sobre películas de renombre. Como es lógico, las películas que provienen de Warner o alguna de sus filiales (New Line, Castle Rock…) no salen muy mal paradas a la hora de ser promocionadas y calificadas por los periodistas y críticos. Otro tanto ocurre con los medios impresos: Revista MAD, Sports Illustrated, Time,  grupo Expansión… Todos esos medios cuentan con un crítico que repasa de manera más o menos detallada los estrenos semanales, resaltando aquellos que provienen de la “empresa madre”.  La prueba está en que en los listados de las mejores películas o series de la revista Time, nunca faltan dos o tres títulos con el sello Warner.

Si seguimos tirando del hilo podemos llegar aquí a España. Cuatro pertenece en parte al grupo Prisa que a su vez tiene su propia productora: Sogecine-sogepaq.  Como es lógico, en los informativos y el resto de programas se promociona cualquier estreno que provenga de esa productora hasta la saciedad (los últimos casos de Celda 211 y Ágora son más que evidentes). Se ensalza la calidad de esas películas y se las sitúa en la categoría de evento. Bien, pues con el estreno de Invictus hemos podido comprobar cómo también se le ha prestado una inusual atención al estreno de esta película. ¿Y eso por qué? Prisa tiene además de parte de Cuatro, el monopolio de la televisión digital con su plataforma Digital+. En esa plataforma tiene varios canales de producción propia como Cinemanía en los que la programación consta de cine las 24 horas, a su vez, en su canal estrella, Canal+, el cine reciente es uno de los factores más atrayentes de cara al abonado. Pero sin duda lo que más negocio le genera es la Taquilla, un servicio de videoclub mediante el cual el usuario puede alquilar los últimos estrenos. Digital+ tiene un contrato y acciones compartidas con Time Warner, gracias a eso consigue beneficios en la adquisición de los derechos de explotación de muchas de sus películas. Así si conseguimos que el espectador sienta curiosidad por ver Invictus, lo más probable es que dentro de pocos meses éste quiera pagar por verla en taquilla o abonarse a Digital+ si ve que la emiten.

Por otro lado, señalar que el grupo Prisa tiene numerosos medios impresos. El más importante de ellos es El País, dónde críticos como Jordi Costa o Carlos Boyero tienen cierta libertad de crítica. Pero en los reportajes (¿o serán publirreportajes?) no se duda en ensalzar la película. ¿Y ésta paradoja? La respuesta está en que las críticas salen a la luz después del estreno, cuando la mayor parte del público ya ha ido al cine. Por otra parte, Prisa realiza a través de su filial de prensa Progresa, la revista de cine Cinemanía. No entraré en criticar la escasa calidad de la misma. Sólo pondré un ejemplo: mientras que en el resto de medios se criticaba duramente a las dos secuelas de Matrix, en esta revista no dudaron en calificarlas con entre tres y cuatro estrellas. ¿Tendrá que ver el hecho de que sean superproducciones de Warner en esto? Cada uno que piense lo que quiera.

El mundo del periodismo cinematográfico está igual de atado que el resto del periodismo. Patrocinadores, empresas, accionistas… todo importa, todo se tiene en cuenta a la hora de dar una opinión que muchas veces no es la del redactor.

Samuel García Sánchez es periodista. Puedes seguirlo en http://www.samgarsam.blogspot.com



EL NEGOCIO DE LAS FUSIONES TELEVISIVAS

Rafael Ávalos Cabrera / Córdoba

Quien crea que un medio de comunicación es tal y detrás sólo se esconden intereses editoriales o “marcas de la casa” está muy equivocado. Lamentablemente, existen pocas formas de conocer la encrucijada “secreta” que se halla en torno al negocio de la información y la comunicación. Y es que lejos de realizar una función social, tal y cómo se considera que debe ser, los medios funcionan como empresas y trabajan para dar rentabilidad a compañías mucho mayores.

Esa realidad es confusa. Pero sobre todo escurridiza, no se deja atrapar por la sociedad, todo gracias al gran manejo que mantienen sobre los medios los magnates capitalistas, que ejercen un terrible poder. El mismo se encubre con artimañas de desinformación, de manipulación, de engaño y estafa, de vulneración de un derecho constitucional tan fundamental como es el de la libertad de información.

Sin embargo, estos señores no alcanzan la magnificencia porque sí y se acabó, sino que cuentan con el apoyo de los gobiernos de turno. La “espiral del disimulo” del profesor Fernando Quirós es una estratagema que bien saben utilizar los políticos. Mientras te hablan de luchar por el pluralismo y la libertad de información, permiten que unos patrañeros se llenen las manos de dinero a costa de la ignorancia del pueblo. Eso es lo mejor, pues si la gente está atontecida no sabe actuar en consecuencia en cuanto a su potencialidad dentro de un sistema democrático.

El sueño de un país en el que exista multiplicidad de medios, así como de informaciones y opiniones, es decir, puntos de vista sobre la realidad no es más que eso, un simple y triste sueño. Una alucinación que termina en pesadilla cuando alguno de los grandes mecenas de la (in)comunicación se hace con una nueva sucursal de su particular gabinete de prensa. El último ejemplo lo tienen en España y no ha de marcharse uno muy atrás en el tiempo.

Para 2010 se prevé desde el Gobierno que vea la luz la Ley General Audiovisual, que regala, como quién dice, a los gestores de las empresas informativas la posibilidad de hacer y deshacer a su antojo con las licencias obtenidas por un hipotético concurso legal y público. El precepto funciona desde enero. Pero como antes de terminar el pasado año el sector audiovisual sufre una crisis que no padecemos ninguno de los españoles de a pie –ni siquiera los miles de periodistas despedidos en “taytantos” medios– Zapatero, a través de Miguel Sebastián, ministro de Industria, Turismo y Comercio, se pone manos a la obra.

El tipo que decide un día ir al Congreso sin corbata para ahorrar en energía, el que fastidia con el invento de la TDT y regala una licencia de pago a Mediapro, es el mismo que decide liberalizar, un poquito más por si poco lo estaba ya, el sector audiovisual y de la comunicación. Así, en febrero de 2009 se tira a la piscina y “manda” que de entre las seis cadenas en abierto existentes –Antena 3, Cuatro, Telecinco, La Sexta, Veo TV y Net TV– pueden quedar como mínimo tres. Es decir, que realiza un llamamiento a las fusiones. Eso sí, con un límite, que entre las dos cadenas no sobrepasen el 27 por ciento de audiencia…

Con todo esto, en diciembre Silvio Berlusconi se hace con, nada más y nada menos, que el cien por cien de Cuatro. O lo que viene a ser lo mismo, el Primer Ministro italiano se adueña por completo de la cadena de Prisa. Y se llama fusión, porque el grupo de la familia Polanco obtiene un insignificante 18,3 por ciento de Telecinco. Mientras tanto, el canal de Fuencarral también logra hacerse con un 22 por ciento de Digital Plus.

La tarta se queda entonces: Mediaset –compañía de Berlusconi– posee 41, 3 por ciento de Telecinco, y esta cadena, a través de una nueva empresa denominada Gestevisión, se hace con el control absoluto de Cuatro y una cantidad accionarial superior a la de Telefónica en Digital Plus; Prisa pierde Cuatro y “gana” participación –pero siendo el tercer accionista– en Telecinco, al mismo tiempo que comparte su pastel monopolístico digital con Berlusconi y Alierta –presidente de Telefónica–.

En resumen, Cuatro, cadena progresista donde las haya, en manos de quien acaba en un momento determinado con Caiga quien Caiga en Telecinco, y que no necesita mayor presentación que mentar su nombre: Silvio Berlusconi; Prisa ni pincha ni corta en Telecinco; y por si fuera poco, la cadena de Fuencarral y Telefónica, nada cercanos a la posición de Prisa, comparten Digital Plus. Si a eso le suman que “el imperio del monopolio” –José María García dixit– abandona a su suerte, a comienzos de 2009, a Localia y todos sus trabajadores, tienen como resultado uno de los peores negocios de la historia.

Lo importante es que la compañía Gestevisión, creada únicamente para que Telecinco se “engulla” a Cuatro y coma un poquito de la deficitaria Digital Plus, es la guinda que necesitaba el pastel de Berlusconi para su poder mediático en España. Porque al control de la RAI –televisión pública italiana– y un importante número de medios privados italianos, tienen que contar ahora con Telecinco, Cuatro y Digital Plus. Nada más y nada menos. Eso es pluralismo y lo demás es tontería.

Sin embargo, la última información contenida en un medio sobre el tema de las fusiones aparece el pasado cuatro de este mes en el diario Expansión: “Planeta y su socio italiano De Agostini han cerrado un principio de acuerdo con Mediapro y Televisa para la integración de Antena 3 y La Sexta en un gran hólding”. Toma del frasco, Carrasco.

Pero que no se pierda nadie, que es muy sencillo de entender: Planeta posee Antena 3, y Mediapro La Sexta, en la que la poderosa latinoamericana Televisa también cuenta con un buen paquete accionarial (un 40 por ciento, ni más ni menos). Como todos pueden fusionarse ya, excepto Antena 3 y Telecinco por cuestiones de audímetro, Planeta se coge a la cadena tachada por el sector “popular” de socialista e íntima defensora de Zapatero y su Gobierno.

Ahora tengan algo más en cuenta: Planeta tiene en su regazo empresarial el diario La Razón, de raigambre católica ortodoxa y “derechona”, al tiempo que Mediapro tiene en su haber el diario Público, más bien anticristiano o anticlerical, como quiera verse, e “izquierdoso” a más no poder. No pegan absolutamente nada, ¿verdad? Todo lo contrario, pegan tanto como que los gestores de las compañías podrán frotarse las manos entre otro buen puñado de billetes a costa de la información y formación de los españoles. Ese es el magnífico negocio de las fusiones televisivas.

Total, ¿qué tendrá que ver que un diario que propugna valores cristianos y otro que ataca con contundencia, un día sí y otro también, a la Iglesia se vean al amparo de una misma macro empresa? Pues nada, lo importante es sacar los cuartos y que el populacho en vez de saber desconozca. Vamos, que no confundan churras con merinas, una cosa es la ideología y otra la economía, y ante esto último no pueden ni el honor ni el orgullo.

Rafael Ávalos Cabrera es periodista. Puedes seguirlo en www.caminoa2016.blogspot.com y www.encordobes.blogspot.com


Comunicación estructural, lugar de referencia

A partir de hoy Comunicación estructural comienza una nueva etapa. Sus entradas contendrán informaciones, análisis y opiniones aportadas por diferentes personalidades especialistas en la información, la enseñanza o la cultura. Su objetivo es ampliar de forma plural y libre todos los aspectos relacionados con el mundo de la estructuras de poder que dominan los medios de comunicación.